viernes, 24 de abril de 2009

C

SINO
Desde los 7 años comenzó a trabajar la tierra. Ni sus 4 hermanos, ni sus padres, ni él, sabían leer o escribir. A los 18, Domingo ya conocía todos los secretos del campo. Una madrugada, después de haberlo planeado durante mucho tiempo, lo dejó todo atrás y salió en busca de la gran ciudad. Estuvo caminando siete días continuos, durmiendo bajo los árboles, hasta que agotó todas sus provisiones. Se vio obligado a trabajar de nuevo la tierra con diferentes patrones y a los 15 días, lo que le debían, se lo pagaban con provisiones, pero nuevamente a la semana, sin que comer, volvía a repetir la faena. Solo una vez, desde un alto, descubrió las luces de una ciudad, pero un gran río le impidió cruzarlo y sus deseos de conocerla se vieron frustrados. Caminó por el norte, por el sur, por el oriente y por occidente, y todo se repetía. Una mañana repetida, de un día cualquiera, vislumbró a lo lejos unas murallas inmensas que rodeaban una gran ciudad.
Una puerta enorme permitía el acceso a esta misteriosa ciudad. La llamaban SINO. Tenía una extensión de 16.000 metros cuadradados y estaba rodeada por 4 muros de 20 metros de altura que impedían desde afuera, descubrir su interior. Era fácil descubrirla desde el aire, mas no desde tierra. En todo el centro, estaba el cementerio con su iglesia. Seguía un gran mercado que rodeaba al cementerio. Venían luego las viviendas de los habitantes rodeando el mercado. Todas eran iguales. Finalmente, adosados a las murallas, estaban los terrenos de plantío, corrales con animales, los depósitos de alimentos, talleres en general, los nacimientos de agua y las plantas de energía. La ciudad había sido fundada por Don Salvador Malatesta hacia 20 años. El estuvo recorriendo todas las ciudades en busca de familias desplazadas y cuando reunió 1000, inició la construcción de SINO, según sus planos. Su muerte, ocurrida 2 años atrás, originó toda una debacle para SINO ya que en su testamento, debidamente registrado, consignaba que el último habitante de la ciudad, sería su dueño. Ni la estupidez humana ni sus ambiciones tienen límite. Un comité de “buenos ciudadanos”, votó para que cada quién, con su igual, pactase retos honestos que siempre culminarían con la muerte del contrario, y así, hasta que solo quedara uno.
En 2 años de combates, solo quedaban en pie 100 habitantes, 3900, descansaban en el cementerio. Era Domingo el primer visitante que en 22 años pisaba sus calles y desde un principio fue bien acogido ya que era una voluntad del señor Malatesta para cualquier peregrino. Las calles de SINO, al igual que sus casas, se repetían. Sus habitantes respetaban el pacto de nunca atacar a traición. Todas las noches, en el mercado, los que se retaban, blandían sus armas cortos punzantes frente a su rival. Diariamente, se recogían 3 ó 4 cadáveres.
Los pocos habitantes de SINO eran huraños. Sus febriles miradas opacaban cualquier bello amanecer. Cuándo solo quedaban 12 personas, un lluvioso domingo, Domingo fue retado.

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