domingo, 22 de abril de 2012
ATEOS Y CREYENTES
Respeto la posición de los ateos. Científicamente, se nos ha demostrado que la materia tiene su origen en la llamada “partícula de Dios”. En esencia, somos materia y con base en ello, “nada se crea, nada se destruye, todo se transforma”. Darwin, sin ser ateo, fortaleció la teoría evolucionista. Creo en ella, pero nunca olvidemos que esta se sustenta con una base material. Los ateos son exclusivamente materialistas, de ahí nace su duda espiritual. La discusión jamás tendrá fin: ellos creen tener la razón, igual que los creyentes. Lo más importante, es la convivencia. Igual, todos nacemos y todos morimos, pero por encima de esta realidad, existe otra más importante: cómo podemos contribuir, cada de uno de los humanos, a construir un mundo mejor para todos.
No existe antecedente científico alguno, que nos reseñe información relacionada con la adoración a “Un ser superior”, por parte de otro ser viviente, distinto al ser humano. Nuestros antepasados, (Me refiero a otros siempre humanos, pues solo creo en la descendencia humana: los monos, nunca dejaran de serlo)), vivieron una época muy distinta a la actual. La idea de “Dios” es congénita y ellos así lo demostraron: eran politeístas, pero siempre asignaban “poderes sobrenaturales”, a todos esos dioses que adoraban. Aun, en esta época, existen tribus con esas creencias. Somos los supremos amos del mundo y todo otro ser viviente, distinto a nosotros, está por debajo y jamás nos igualarán. Ninguno de ellos posee, ni poseerá, nuestra inteligencia. Transformamos el mundo a nuestro antojo, sin que para ello medie obstáculo alguno. He ahí la razón para asegurar, que esa “espiritualidad”, que solo nosotros posemos, solo puede emanar de un ser superior, nunca de la materia.
Creo en DIOS, pero no en él que nos venden. Creo en un DIOS que nos dotó con el “libre albedrio”. Solo yo, soy el único responsable de mis actos: Dios ni da, ni quita: esa es una función estrictamente humana. Mi alma es un disco duro: en ella, quedarán grabadas todas mis acciones en este mundo y solo por el valor de estas, seré redimido o condenado.
Autor: Jairo Tangarife C.
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