lunes, 16 de abril de 2012

LOS TRES CHIFLADOS
El cardiólogo Roberto Martínez,
observaba desde el balcón de su Pent-house, a quienes había bautizado como: “Los
tres chiflados”. Eran ellos tres humildes trabajadores que obtenían sus escasos
ingresos para sobrevivir de lo que vendía en su chaza, Luis Upegui, del
reciclaje, Alberto Rodríguez y con su caja de lustrabotas, Emilio Sosa. En sus
cinco años que llevaba jubilado, nunca había dejado de observarlos. Se
preguntaba cuál sería el comportamiento de esos infelices en una fiesta de
frac. Se los imaginaba, borrachos, saludando de tú a todos los asistentes e
introduciendo sus manos en las viandas, mientras masticaban con sus fauces
abiertas. Ninguno de sus amigos le perdonaría una invitación a semejante festín,
pero sí sus familiares, si los preparaba de antemano. Con tal fin, los hizo sus
amigos y en 30 días, la fiesta ya estaba programada. Las cámaras de filmación
estaban debidamente preparadas para grabar todos los pormenores relacionados
con el comportamiento de “Los tres chiflados”. Les pagó el alquiler de los
fraques e hizo que en un Mercedes Benz, fuesen recogidos en los sitios por
ellos indicados. Los tres estaban convencidos de la amistad, humildad y
magnanimidad del Dr. Martínez. Jamás cruzó por sus mentes desprevenidas que
iban a ser sometidos a experimento alguno. Cuando ingresaron al Pent-house, lo
hicieron con la mayor naturalidad del mundo. ¡Es obvio!, pensaba el cardiólogo:
la fiesta apenas comienza. ¿Champagne o Whisky?, les consultó el Dr. Champagne,
respondieron los tres al unísono. Aguantaron el tiempo de la reunión con esa sola
copa y consumieron las viandas como unos expertos en etiqueta. Con la mayor
simpleza, opinaban cuando se les requería, algunas veces con certeza y otras,
acotando su ignorancia al respecto. El Dr. Sentía que el único que estaba
haciendo el oso en la reunión, era él, y así lo leía en las miradas de sus
familiares. Algo andaba mal y aun no sabía que. Una semana más tarde, los tres
desaparecieron de su habitual sitio de trabajo. ¿Qué pasaría?, se preguntaba
Roberto.
Como solía hacerlo todos los
domingos, vistió sus prendas deportivas e inició su marcha matinal. El reloj
marcaba las 8 de la mañana. Transcurridos 30 minutos, en un cruce descubrió tres
siluetas humanas. Cuando estuvo más cerca, pudo identificar a “los tres
chiflados”. Vestían humildemente, como era su condición económica, pero su
dignidad destacaba. Sintió que una vergüenza inusitada lo desbordaba y sin detenerse,
levantó una mano en señal de saludo y continuó
su marcha. Era obvio que sus caminos eran diferentes, por el que ellos
llevaban, jamás llegaría a su residencia. Seguía interrogándose sobre el motivo
de su vergüenza, sin encontrar respuestas. Un relámpago lo sacó de su
ensimismamiento. Inexplicablemente, estaba oscureciendo demasiado rápido.
Nuevamente, miró su reloj y observó que este seguía marcando las 8.

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