martes, 18 de enero de 2011

PASIONAL

PASIONAL
Después de diez años de matrimonio, la felicidad rondaba en mi hogar. Mi esposa, de treinta años, ejercía desde casa su profesión de Abogada con gran éxito y yo, como Gerente de Ventas, le iba a la zaga. Nuestros cuatro hijos eran la bendición de Dios. ¿Cómo era posible tanta felicidad en un mundo tan pasional? A veces, la soledad, se convierte en una gran consejera y nos conduce a la toma de buenas decisiones. Pero también, en otras, deja que se cuele el diablo y nuestro mundo se vuelve un caos. Tanta felicidad se torna sospechosa: ¿qué hay en nuestras vidas que nos haga superiores a tantos semejantes?, ¿por qué la tragedia se ufana en tantos hogares y a otros nos privilegia?, ¿somos realmente constructores de nuestro sino o unos predestinados?
El día de su cumpleaños, todos estábamos felices. Cinco años atrás, le había sido infiel con una prostituta. Mi reacción posterior fue de asco contra mí, de rechazo por la traición y de absoluta cobardía. Ese error lo arrastraría hasta mi tumba. Pero es cierto que hay fantasmas que nos rondan. Mientras almorzábamos me lanzo de improviso la terrible pregunta: ¿Me has sido infiel alguna vez?- Pensé la respuesta: ¡Eso jamás ha cruzado por mi mente y nunca ocurrirá porque tú eres única!- Sí. Le respondí. Ocurrió con una prostituta hace cinco años y por mucho tiempo me sentí asqueado porque tú no merecías esa traición. Busque en su mirada la reprobación mientras esperaba impaciente el merecido discurso de desahogo.- ¿Lo disfrutaste?- Y en sus labios bailaba una sonrisa cómplice.- Sé que nunca te has embriagado y es por ello que te resultará difícil entender mi ejemplo: ¡Esa ha sido la peor resaca de mi vida! -¿Cuál sería tu reacción si yo hiciera lo mismo?- Quizás podría pensar que me lo tengo merecido, pero no olvides que lo mío no fue ni pensado ni planeado, y además pague por ello algo más importante que el dinero. Transcurrió un año durante el cual nada cambio. Ese lunes, a las siete de la noche, recibí una llamada de la morgue con la cual me comunicaban la tragedia: ¡Mi esposa y un hombre habían sido asesinados en un motel, por una mujer! Paso a paso, seguí los intríngulis del juicio contra la asesina. Ella los asesinó, porque desde diez meses atrás, él le venía siendo infiel con su compañera de trabajo. ¿Cuánta culpabilidad me correspondía en esa tragedia? ¿Era este un castigo por jugar a ser Dios? Es extraño como una sola acción puede destruir tantas vidas. ¿Estaba el verdadero culpable en la cárcel? ¡Qué cretinos nos volvemos cuando nos ufanamos de saberlo y comprenderlo todo! El día que salió de la cárcel, la recogí y la lleve a mi hogar. Tres meses más tarde nos casamos. Nunca hemos tenido relaciones sexuales. Todos los niños son ahora profesionales exitosos, pero ella y yo seguimos purgando una condena.

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